Radio Ciudad Perdida by Daniel Alarcón

Radio Ciudad Perdida by Daniel Alarcón

autor:Daniel Alarcón
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2010-05-17T00:00:00+00:00


Diez

Para Norma, la guerra comenzó catorce años antes, el día que la enviaron a cubrir un incendio en Tamoé. En aquel entonces, ella era sólo correctora de textos en la radio y jamás había estado en el aire. Su voz todavía era un tesoro por descubrirse. Llevaba más de dos años de matrimonio con Rey, pero aún se consideraba una recién casada. Él debía regresar de la selva esa tarde. Era octubre, y se acercaba el sexto aniversario del inicio de la guerra, aun cuando nadie llevaba la cuenta de esa manera en aquellos días.

Norma llegó al lugar del incendio y encontró a los bomberos observando cómo se quemaba la casa. Había un grupo de hombres armados, sus rostros cubiertos con pasamontañas, parados frente al fuego. Una atenta multitud se había congregado alrededor de la casa; tenían los brazos cruzados y parpadeaban sin cesar para proteger sus ojos del humo acre. Norma aún podía distinguir la palabra TRAIDOR, pintada en negro sobre la pared en llamas. Los terroristas no se movían ni lanzaban amenazas —no tenían necesidad de hacerlo—. Los bomberos eran voluntarios. No se iban a exponer a recibir un disparo por sólo un incendio. Terminaba la tarde en las afueras de la ciudad, pronto se haría de noche. No había postes de luz en esa parte del distrito. A Norma le ardían los ojos. Los bomberos se habían dado por vencidos. Uno de ellos fumaba un cigarrillo sentado sobre su casco de plástico duro.

—¿No va a hacer nada? —preguntó Norma.

El hombre tenía la barba canosa.

—No —dijo—. ¿Y usted?

—Soy sólo una reportera.

—Informe, entonces. Por qué no empieza con esto: hay un hombre adentro. Está amarrado a una silla de madera.

El bombero dejó escapar el humo por la nariz, como un dragón resoplando.

De todo lo que ocurrió durante la guerra, más que los incendios en la Plaza Vieja, más que las barricadas que se levantaron en las calles de El Asentamiento, e incluso más que la apocalíptica Batalla de Tamoé, era ésta la escena que Norma recordaba: aquel hombre en el interior de la casa en llamas, aquel desconocido, amarrado a una silla. Durante el resto de aquella larga noche y las primeras horas de la madrugada, mientras llegaban noticias provenientes de una docena de lugares alejados de la ciudad, noticias de una ofensiva, noticias de un ataque, mientras el primero de los Grandes Apagones se extendía por la capital, Norma lo asimilaba todo con la indiferencia aletargada de una sonámbula. Ese día no podía procesar la crueldad. En cualquier otro, tal vez lo habría hecho mejor. Miró al bombero a los ojos, con la esperanza de encontrar en ellos alguna señal de que lo que le había dicho fuera falso, pero no había ninguna. La gente observaba las llamas con indiferencia. El fuego chisporroteaba, la casa se hundía bajo su propio peso, y Norma se esforzaba por oír al hombre. Seguramente ya estaba muerto. Seguramente tenía los pulmones llenos de humo y el corazón inmóvil. A Norma sólo le quedó una sensación de vértigo, como si la hubieran dejado vacía por dentro.



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